De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores;
de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados;
de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata;
de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de
algas;
de plata los saleros,
de plata los cascanueces,
de plata los cubiletes,
de plata las cucharillas con adorno de iniciales...
Y todo esto se iba llevando quedamente, acompasadamente, cuidando de que la plata no topara con la plata, hacia las sordas penumbras de cajas de madera, de huacales en espera, de cofres con fuertes cerrojos, bajo la vigilancia del Amo que, de bata, sólo hacía sonar la plata, de cuando en cuando, al orinar magistralmente, con chorro certero, abundoso y percutiente, en una bacinilla de plata, cuyo fondo se ornaba de un malicioso ojo de plata, pronto cegado por una espuma que de tanto reflejar la plata acababa por parecer plateada...
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Prendido el frenético"allegro” de las setenta mujeres que se sabían sus partes de memoria, de tanto haberlas ensayado, Antonio Vivaldi arremetió en la sinfonía con fabuloso ímpetu, en juego concertante, mientras Doménico Scarlatti —pues era él— se largó a hacer vertiginosas escalas en el clavicémbalo, en tanto que Jorge Federico Haendel se entregaba a deslumbrantes variaciones que atropellaban todas las normas del bajo continuo.—“¡Dale, sajón del carajo!” —gritaba Antonio.—“¡Ahora vas a ver, fraile putañero!” —respondía el otro, entregado a su prodigiosa inventiva, en tanto que Antonio, sin dejar de mirar las manos de Doménico, que se le dispersaban en arpegios y floreos, descolgaba arcadas de lo
alto, como sacándolas del aire con brío gitano, mordiendo las cuerdas, retozando en octavas y dobles notas, con el infernal virtuosismo que le conocían sus discípulas. Y parecía que el movimiento hubiese llegado a su colmo, cuando Jorge Federico, soltando de pronto los grandes registros del órgano, sacó los juegos de fondo, las mutaciones, el “plenum",con tal acometida en los tubos de clarines, trompetas y bombardas, que allí empezaron a sonar las llamadas del Juicio Final-“¡El sajón nos está jodiendo a todos!” —gritó Antonio, exasperando el "fortissimo".-"A mí ni se me oye” —gritó Doménico, arreciando en acordes.
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http://isaiasgarde.myfil.es/get_file/carpentier-alejo-concierto-barr.pdf
(Vivaldi, Haendel, Scarlatti, La Pietà, la Venecia barroca...magistralmente imaginado por Carpentier en una novela imprescindible).